El espacio para estirar las piernas es poco, y tal vez el respaldo tenga algunas complicaciones cuando lo intentes reclinar. Pero no se preocupen aerolíneas, ese no es el punto de este artículo. Nada más lejos de mi intención. En realidad, estas pocas palabras van dirigidas a vos, si, a vos y todas esas personas que como yo en su momento, están a punto de tomar un avión hacia lo que, por ahora, es desconocido. Mi pregunta, en ese caso es ¿qué clase de viajero pretendes ser?
En lo personal, mi viaje justo coincidió con una época de cambios, que se sumaron a esas ganas que nunca se pierden de viajar al extranjero. Fue así como a fines del año pasado decidí embarcarme en un intercambio por medio de AIESEC. El destino: Colombia. Aunque podría haber sido cualquier otro, lo importante era lo que me esperaba en esa experiencia lejos de lo seguro y conocido, y la actitud con la que iba dispuesto a vivirla.
Si bien Colombia es una tierra de paisajes increíbles, extensas playas caribeñas, climas tan variados como su gente, y festivales y carnavales muy ricos culturalmente, todo eso no era suficiente. No me basta con fotografiar toda esa belleza, sin saber su significado. Fue así que desde un principio intenté sumergirme en la forma de vida que se lleva en el país cafetero.
Cada plato que me presentaban, lo saboreaba hasta el último bocado. En efecto, mi manera de alimentarme cambió totalmente, al punto de desayunar como un rey, almorzar como un príncipe y cenar como un mendigo. Aproveché cada fin de semana para empaparme del ritmo y el sabor de la salsa y el vallenato; enguayabarme con guaro y bañarme en el mar caribe en la madrugada, después de una noche de rumba. Acompañé a mi gente de Barranquilleña a eventos, a la universidad, a todos lados. Sucedía entonces que, posteriormente personas desconocidas me levantaban la mano gritando con una sonrisa en la cara “¿Que más Mati? ¿Cómo la estás pasando?”. Aprendí los modismos, y traté de usarlos para regatear al taxista. Celebré por primera vez la “noche de velitas” y sentí la navidad como nunca antes, alejado de lo superficial y conectado emocionalmente con mis seres queridos. Cada vez que volvía del trabajo, me pasaba innumerables horas hablando, riendo, canjeando arepas por mates con la abuela que me alojaba y todas sus amigas, quienes, con total confianza me llamaban su “boludo favorito”.
Es por todo lo que viví, que hoy te invito a que encares tu próximo destino, como tu próximo hogar. Hablá con las personas que te encuentres, seguramente tienen algo interesante que contarte. Sentí sus miedos, compartí sus alegrías y celebrá sus fiestas. Investigá la historia de los lugares a los que vayas, y qué significan actualmente para esa sociedad. Involucrate. Animate a hacer cosas nuevas. Intentalo. Nunca vas a saber cuánto te puede llegar a gustar ese plato impronunciable hasta que lo pruebes. Bailá. Perdete. Encontrate. Pero lo más importante, no seas un clásico turista, sino más bien, un viajero frecuente.
Por Matias Gaveglio